sábado, 19 de enero de 2008

La verdadera inspiración

A las 4:30 am apareció el poeta. Yo había estado mascullando versos, inventando palabras nuevas a falta de saber cómo usar las viejas, enfrentando terrores de páginas en blanco, destinando páginas en negro espantosas al cesto de la basura y llenando de papeles arrugados mi escritorio y mi cama, lugares que alternaba para mis infructuosos intentos de dar frutos.
A las 4:30 am apareció, volando, atravesando mi ventana. Yo no me sorprendí. En cambio, un sentimiento de júbilo me invadió. El poeta se sentó en un silla que yo ubicaba en una esquina oscura de mi habitación. Se sentó, sin articular sonido alguno, pero mirándome fijamente.
De pronto, las palabras se liberaron en mi mente. Fluían por mi brazo hasta mi mano, pugnando por plasmarse en mis papeles. Saqué presuroso una cantidad al azar de hojas y comencé a escribir. Esta vez, a escribir de verdad.
Mi mano se movía tan veloz como mi cerebro y construía poemas y prosas que jamás me creí capaz de pergeñar. En cuatro horas escribí y depuré cinco poemas y dos cuentos -sublimes-.

-Debo irme - dijo el poeta, pronunciando así su primera frase.
-Esperá -le dije-. He escrito tan rápido que ni siquiera he podido pensar ni digerir mi obra. Te la leeré y luego te irás. ¿es posible que me concedas ese favor?
-Sí -contestó el poeta.

Revisé y leí cada uno de mis poemas y cuentos. Para mi asombro, no eran más que basura, cadáveres exquisitos compuestos por una sola persona, trivialidades y cursilerías. Horrorizado, dirigí mi mirada al poeta, quien no se inmutó. Parecía ya saber el desenlace de todo.

-No entiendo -le dije, suplicante-. Me diste inspiración, me transmitiste talento, creatividad, inventiva, originalidad. ¿No es cierto? ¿No es acaso así?
-Así es -respondió, con una mirada cálidad pero impasible.
-¿Entonces? ¿Qué significa este montón de palabras desechables? ¿Se trata acaso de una broma cruel?


El poeta se dirigió a la ventana, presto a partir. Pero antes de hacerlo habló y, luego de hacerlo, simplemente debí callar:

-YO soy el poeta -dijo, y se marchó.




Cronopio.

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