miércoles, 1 de agosto de 2007

Defensa del cronopio

Un cronopio estaba enamorado. Muy mucho. Guardaba los zapatos en la heladera, ponía aceite en el vaso y se afeitaba la mitad de la cara. Andaba por la calle rebotando, y a cada persona que encontraba le decía "buenosdíascómoestáusted" y "lindasmañanasdesolbrillante". Escribía poemas hermosamente espantosos y los recitaba a los cuatro vientos. Olía las flores. Buscaba formas en los mares de la luna. Era embobadamente feliz.
Porque su amor era correspondido. Se veía con ella cuatro veces al día y salían a rebotar juntos. Iban por la peatonal como pelotitas de ping-pong y paraban cada tanto para decirse "cronopiohermosomividamipimpollo". Después, se iban a tomar la leche o, en su defecto, helado de tres gustos (ella le dejaba el fondo a él).

Un día, el cronopio se encontró con un fama, su amigo.
-Estoy enamorado -dijo el cronopio, con su mejor sonrisa estúpida.
-No existe amor -replicó el fama-, sólo una catarata de hormonas esteroides y feniletilamina en tu cerebro.
El cronopío se fue corriendo a su casa. Tirado en la cama chilló, pataleó, lloró y sollozó. No rebotó.
Al día siguiente, el cronopío hizo una visita furtiva a la biblioteca municipal. Con paciencia, empezó a buscar por la sección A. Siguió con la B, la C y la D (por supuesto, tuvo que llegar hasta la última para encontrar lo que buscaba).
Luego de encontrar lo que buscaba y asegurarse de haberlo aprendido bien, el cronopio abandonó, contento y entusiasmado, la biblioteca, rebotando.
Se dejó llegar hasta "Romanina" -pizzería de buen ganado prestigio-, donde su amigo fama estaba a punto de comer, como todos los viernes, una especial con morrones. Frente al fama y con aire triunfal, el cronopio escupió:
-No existe especial con morrones, sólo un torrente de rápidas reacciones en tus papilas al contactar con la masa en cuestión, que se transmiten al centro del gusto en el cerebro, donde son decodificadas.
E inmediatamente agregó:
-Es más, la masa en cuestión ni siquiera toca tu cuerpo, porque la repulsión electrónica lo impide.
El fama miró -con honda amargura- la especial con morrones, agachó la cabeza y se retiró, vencido (no sin antes pagar religiosamente la adición, más la propina del mozo).
Entonces, el cronopio se sentó, inspiró largamente los vapores que emanaban de la pizza, dijo "¡Aaaaaaahhh!" y mudó un trozo al plato vacío. Luego empuñó cuchillo y tenedor, se anudó una servilleta al cuello y empezó a comer, con gran gusto y fruición (pero dejando a un costadito las tiritas de morrón, porque no le gustaban).